Los ojos son el espejo del alma. Estos dos pequeños órganos no solo nos permiten ver el mundo que nos rodea, sino que plasman nuestro estado a través de movimientos involuntarios que se conocen como microexpresiones. Estas provocan que los músculos faciales se alteren levemente en asociación a nuestras emociones básicas. Su origen es biológico y tiene un carácter universal en todas las culturas. Y es que, aunque engloban a toda la zona de la cara, los ojos juegan el papel más expresivo.
Más del 80% de la información que recibimos de las personas es no verbal. En una mirada se dicen muchas más cosas que con las palabras. De hecho, en medio de una conversación mantenemos el contacto visual directo entre un 40% y un 60% del tiempo. En todo este rato, nuestro cerebro puede recordar o inventarse datos. La manera más eficaz para saber cuál de las dos cosas se está haciendo es atender a los ojos y ver si miran hacia arriba, abajo o a los lados.
Las pupilas son el primer elemento delatador. Pueden dilatarse o contraerse según la situación que estemos viviendo y lo que percibamos. A continuación, te ofrecemos algunos ejemplos:
• Sentimos atracción o nos gusta algo.
• Nuestro interlocutor nos aburre.
• Quien nos habla no nos termina de agradar.
• Estamos experimentando hostilidad.
• Mostramos empatía. En este caso podremos tener el mismo tamaño de pupilas que nuestro interlocutor gracias a las neuronas espejo.
Otros gestos esclarecedores a la hora de detectar emociones involuntarias en el rostro son:
• Parpadeo excesivo. Denota nerviosismo, aburrimiento o desconfianza.
• Evitar la mirada. Es propio de las personas mentirosas e inseguras.
• Levantamiento de las cejas. Implica falta de miedo.
Asimismo, cada sentimiento tiene asociado una expresión y esto trae aparejado una reacción en los músculos de los ojos, así como del resto de la cara como explicamos con anterioridad:
• La alegría: los ojos se achinan y aparecen unas arrugas en los extremos exteriores y en los párpados inferiores que, si están presentes, se podría estar fingiendo esta emoción.
• La ira: se podrá observar una mirada penetrante y el entrecejo fruncido. Por su parte, la boca se tensa y los labios se separan ligeramente.
• La sorpresa: las cejas se levantan y arquean, así como los ojos permanecen muy abiertos. La mandíbula se encuentra suelta y la boca estará abierta.
• El desprecio: en la parte superior de la cara es muy variable. La clave está en la zona inferior donde elevamos las dos esquinas de la boca esbozando una media sonrisa.
• El miedo: las cejas se tensan y los ojos se abren de una forma exagerada para estar atentos a cualquier peligro del entorno.
• El asco: se detecta, sobre todo, entre la boca y la nariz. Si alguien llevara una mascarilla, sería complicado diferenciar el asco de la ira.
• La tristeza: se bajan las cejas y se juntan en el centro. Los labios descienden y podría haber hasta cierto temblor.